Rafael García, un «Peumito» con vocación
Publicado el Saturday, May 30, 2015
Rafael Jorge García Palomer, de 24 años de edad, llegó a la ciudad de La Unión en el año
Rafael Jorge García Palomer, de 24 años de edad, llegó a la ciudad de La Unión en el año 2009 como parte del proyecto “Los Peumos”, jóvenes que llegan desde distintas ciudades de Chile a colaborar en espacios comunitarios, todos de la Congregación de Los Sagrados Corazones. Actualmente es Religioso, estudiante de Teología en la ciudad de Santiago.
Conozca los aspectos más relevantes de su año Peumal en la ciudad de La Unión y su vida actual en la Capital.
1.- ¿En qué año llegaste a La Unión y con qué propósito?
Llegué el año 2009 como parte de un proyecto de la Congregación de Los Sagrados Corazones que se llama “Los Peumos”. Básicamente, consistía en irse durante todo un año a vivir en medio de la población junto a otros compañeros (en mi caso fuimos 4), asumiendo los ritmos propios de la ciudad e intentando colaborar en distintos espacios comunitarios: parroquia, capilla, cárcel, escuelas, etc. Sobre todo, es un año que combina el servicio pero que también busca situar a quienes lo viven en un contexto muy distinto al que crecieron, de modo que, a través del acompañamiento de los sacerdotes y la búsqueda de la voluntad de Dios, los chicos puedan descubrir su vocación en el mundo y aquello por lo que quieren dar la vida.
2.- ¿Cuál fue la mejor experiencia que recuerdes en nuestra ciudad?
Tengo muchos recuerdos puntuales que fueron maravillosos, pero, si tuviera que decir una sola cosa, creo que me quedo con la manera en que se viven allá las relaciones entre las personas, ya sea en la capilla, la población o la escuela. Al ser una ciudad pequeña, uno se encuentra mucho con las mismas personas en distintos espacios, y eso hace que uno se sienta muy en familia. Cuando uno recorre las calles de La Unión, siempre hay alguien conocido con quien conversar. Además, recuerdo con especial cariño la vida que llevamos con mis compañeros peumos, sobre todo aquello que era más cotidiano, como encender la salamandra, almorzar juntos, rezar, jugar fútbol. Quizás algo más puntual que quedó muy grabado en mi corazón eran las caminatas que debía hacer cada domingo en la mañana hacia la población Daiber, mientras toda la ciudad aún dormía. Me iba por el atajo que hay detrás del consultorio de El Maitén y muchas veces me quedaba ahí, en medio de la pampa verde cubierta de rocío, simplemente mirando la ciudad y sintiendo que en ese silencio y en esa brisa fresca estaba la obra creadora y llena de amor de Dios. Todo esto hizo que La Unión quedara como un lugar muy feliz en mi memoria.
3.- Alguna anécdota?
Recuerdo que, cuando me tocaba bajar de la Daiber todos los domingos, a eso del mediodía, siempre me caía en ese atajo que ocupaba, ya que era puro barro mojado. A pesar del cuidado que tenía, era imposible no caerse, así que empecé a optar por dejarme caer y así aprovechar de bajar más rápido. Me acuerdo que me sentaba en la cuesta y me deslizaba hacia el inicio del camino. El único problema era que quedaba con el poto todo embarrado y eso aseguraba las constantes burlas de los que me veían al bajar, pero, al ver que no había nada más que hacerle, y viendo que cada semana debía volver a lavar los pantalones, al final opté por tener un par de pantalones exclusivos para ese día, los eternamente embarrados pantalones negros, mártires de las caídas pero siempre apañadores, ¡si me duraron hasta final de año!
4.- Tienes contacto aún con La Unión?
Sí, bastante. Voy por lo menos una vez al año y, gracias a las redes sociales, he podido mantener el contacto con muchos de mis amigos de allá. Es verdad que varios de ellos ya no están en La Unión, ya que se han trasladado o han salido a estudiar o trabajar, pero aun así queda un buen grupo de gente, sobre todo gente adulta, con quienes mantenemos el contacto.
5.- Qué opinión tienes del Padre Pablo? Lo podrías tomar como referente?
Definitivamente. Él era el encargado de acompañarnos más de cerca en todo lo que vivíamos, nos visitaba una vez a la semana y, además, cada uno iba a conversar con él por lo menos una vez al mes. Lo que más me asombra de Pablo, hasta el día de hoy, es que, a pesar de que nos separan más de 60 de historia, aun así podemos tener los mismos sueños. Pablo nunca ha dejado de soñar, de luchar para que la cosa mejore, sobre todo para los más pobres de La Unión, y, a pesar de los años y del desgaste físico, creo que él se sigue sintiendo llamado a acompañar a ese pueblo sureño. En pocas palabras, Pablo no sólo es un referente de sacerdote y ser humano, sino que, al verlo a él, yo también espero envejecer tal como él lo ha hecho, tan lúcido y lleno de vida, tan sencillo y constante en la oración y en el servicio. Cuando yo sea viejo, quisiera ser un viejo como él.
6.- A qué hecho atribuyes tu llamado vocacional?
A varias cosas que he ido descubriendo con los años, pero, por lo menos en el inicio, creo que fue muy importante el testimonio de los curas de La Unión, de Pablo y de los demás. Para mí fue muy significativo ver cómo vivían ellos en su pequeña comunidad, cómo se querían y cómo, a pesar de ser 3 personas de tan distintas edades, podían ser una familia. Me entusiasmó mucho la vida que llevaban y, sobre todo, me entusiasmó la idea de ser parte de esa familia de los SSCC, que era más grande y que incluía a más hermanos en otras partes de Chile y el mundo. Con el tiempo, me he dado cuenta de que, cuando veía a los hermanos, yo me decía a mí mismo: “yo no quiero ser su amigo, no me basta con ir de vez en cuando a verlos o trabajar juntos. No, yo quiero ser su hermano y compartir la vida con ellos siguiendo a Jesucristo, apañándonos en el camino e intentando ser lo mejor que podríamos ser en servicio del Pueblo de Dios”.
7.- Puedes contarnos cómo fueron tus inicios en el Seminario? Qué actividades realizabas los primeros años?
Los dos primeros años se viven acá en Santiago, por lo que mi vida, por lo menos en términos geográficos, no cambió demasiado, a pesar de que, en cuanto a las condiciones y posibilidades materiales de la vida, sí hubo un cambio. Cuando uno entra, lo hace deseando estar ligero de equipaje, con poca cosa, ojalá vivir en un lugar lo más sencillo posible, una casa pequeñita donde se tenga sólo lo esencial. Si bien ese deseo tiene mucho de ideal, creo que esos dos primeros años sí fueron algo así, donde el acento de nuestra vida estaba puesto en la comunidad, en el compartir la vida con los hermanos, sobre todo en los momentos de oración y de compartir las comidas, salir juntos, etc. Además, más concretamente, esos primeros años se empieza a estudiar Filosofía, y yo lo hice en la Universidad Alberto Hurtado, que queda en el centro de Santiago, entonces eso me implicaba viajar todos los días hacia allá, tomar el metro casi siempre lleno, ir a clases y tener que estudiar para pruebas y trabajos. En ese sentido, creo que nuestra vida es muy normal, como la de muchos estudiantes que deben salir temprano de sus casas para poder llegar a clases y, una vez ahí, aperrar para sacarse buenas notas y aprovechar todo lo aprendido. Junto con los estudios, igual, teníamos trabajo pastoral, y para mí eso era ir y participar en una pequeña capilla de ahí de la población, estar con las personas, acompañar a los chicos en su preparación para la primera comunión y compartir la misa cada domingo con la gente. Además, cuando uno ya iba conociendo más a las personas, las iba a visitar, o nos juntábamos con los chicos, etc. Uno, de a poco, iba construyendo su vida en la población, como un vecino más, yendo a la feria cada viernes, teniendo que sacar la basura y cuidar el patio, etc. En todo eso intentábamos buscar al Dios que nos había llamado.
8.- Según tu opinión, hay un aumento de vocaciones sacerdotales?
No, todo lo contrario. Es un hecho que las vocaciones sacerdotales han disminuido mucho en las últimas décadas; congregaciones que han tenido que cerrarse o que no reciben gente hace mucho tiempo (sobre todo congregaciones femeninas). Me parece que esto tiene que ver con los tiempos en los que vivimos, donde los chiquillos tienen muchas más alternativas a la hora de pensar alguna ocupación y, donde, en general, la búsqueda de la vocación creo que está muy centrada en el “yo”, más que en el “nosotros”. El proyecto de la vida religiosa claramente está movido por la búsqueda del otro, por compartir la vida (con todas las dificultades que eso implica) y, en definitiva, por preguntarse por la voluntad de Dios. No sé si esto entusiasma espontáneamente a todos. También, uno podría pensar que esta baja en las vocaciones podría deberse al momento de descredito que vive la Iglesia, donde la figura del sacerdote muchas veces se ve cuestionad. Creo que esto ha sido bueno, ya que muestra que los curas no son santos ni tampoco héroes, sino que son tipos tratando de hacer las cosas bien, pero siempre sujetos al pecado, a la posibilidad de embarrarla. Creo que esta crisis ha servido para bajar a los curas de los altares, para dejar de pensar que ellos “están más cerca de Dios” o que saben más acerca de la vida eterna. Con esas ideas derribadas, creo que los que quieran entrar a cura van a saber desde el principio que este es un camino para pecadores perdonados, para hombres sencillos que buscan seguir a Jesús el Nazareno, intentando, poco a poco y cotidianamente, construir el Reino de justicia, amor y paz que Jesús nos vino enseñar.
9.- Qué significa para ti pertenecer a los SS.CC?
Después de cinco años es mi familia, el lugar desde donde pienso mi futuro. Es donde están mis hermanos, a los que quiero mucho y necesito. Es, sobre todo, una manera de vivir la vida religiosa que me apasiona profundamente, que me llena de sentido y que, creo, tiene mucho que decirle al mundo. Pertenecer a los SSCC significa para mí ser parte de una familia que busca la voluntad de Dios, preguntándose permanentemente cómo ser más fiel al Evangelio de Jesús, siempre como hombres libres, felices y normales, hombres que podrían pasar como un ciudadano corriente y que, desde ahí, desde su anonimato, puedan ayudar a germinar el Reino. Para mí, ser SSCC es ser un ciudadano del mundo y constructor de este Reino.
10.- Qué reflexión podrías hacer de la Iglesia Católica Chilena actualmente?
Creo que, con la ayuda del Papa Francisco y de todo lo terrible que ha pasado en los últimos años, la Iglesia Chilena está aprendiendo a cambiar y a pararse de otra manera frente a la sociedad, ya no tan rígida ni tan enjuiciadora de lo que es distinto a ella. Hoy día la Iglesia no es la única voz autorizada para hablar de las cosas importantes y eso, creo yo, nos ha hecho muy bien, ya que nos ha exigido salir al encuentro de los otros e intentar dialogar con ellos. Nuestra Iglesia no puede estar separada del mundo, ella tiene que anunciar el Evangelio en medio de la realidad, haciéndose una con ella, así como Jesucristo -¡el Hijo de Dios!- se hizo uno en medio nuestro con la encarnación. Si la Iglesia se separa de la sociedad chilena y la mira sólo con sospecha, como si ella fuera puro peligro y destructora de la fe, entonces la Iglesia está condenada a la extinción. En cambio, si somos capaces der hacernos más sencillos, más humildes y dejamos de lado tantas estructuras y formas que nos terminan distanciando de la gente, entonces creo que estaremos más cerca de los problemas reales de las personas. Esos problemas tienen que ser los nuestros y espero en el corazón que nuestros pastores, los obispos, sean capaces der ser cada vez más cercanos y menos formales, cada vez más sencillos y menos ceremoniosos, cada vez más alegres y menos solemnes. Esto no significa paganizar la fe ni transformarla en una chacota, sino que significa hacerla verdaderamente vida, dejando que Jesucristo sea quien renueve todo en todos.
Este proyecto de los SSCC, aún sigue vigente con la llegada todos los años de diferentes jóvenes a nuestra comuna.